miércoles, 11 de julio de 2012

Euforia y decepción.

Rivalidad de pensamientos propios.

Podría hablar en singular y dirigirme a un ''tú'' que duele inesperadamente y espeta palabras que no ayudan a levantar la mirada en el momento de la detonación. Por mucho que abras la boca, las palabras no saldrán por sí solas, y no serán las que quiera oír, porque ya, nada me vale. Gracias por demostrarme que la confianza puede llegar a clavarse como un puñal cuando cualquier sonido da asco y toda fuerza, es violenta.
Gracias por avisarme de que las cosas no son eternas y, las que más duelen, son las más cortas; gracias también por ser tú y que yo no vaya a aprender la lección porque confiar es mucho más fácil, que el dudar, cansa.
Y si todos estos ''gracias'' son sinceros, es porque no nos parecemos tanto, y que no te asalten las dudas porque estaré ahí, solo por fastidiar.
Es temprano y sin embargo las malas pasadas hacen que vuelva a casa con la cabeza gacha y los puños apretados; comencemos a sangrar malos pensamientos y ganas de descargar la ira contra algo inocente, o quizás no tanto.
No son las horas, que también, las que ayudan inconformistamente a taladrar mi pecho; por otro lado cada sonido del reloj, cada palabra inesperada, y cada saludo no deseado, hacen que la rabia se almacene en mi boca haciendo mostrar mis dientes.
En señal de venganza, mi mejor sonrisa irónica.
Ojalá no me torne del color de la ira ni la envidia deje rastro en mi piel; porque, ojalá fuera capaz de sentirme neutra, ante las brechas formadas a gente impaciente.
Una indiferencia que acuchilla suave pero profundamente deshaciendo una idea brillante, convertida en escombros.
Algunos lo identifican con la llama, la rabia del fuego, y la tranquilidad de unas cenizas que jamás volverán a  ser prendidas. Los imposibles son reales. Y el fuego fácil de avivar.
Quémame.

























No hay comentarios:

Publicar un comentario